Kertész o de cómo sobrevivir a la muerte
Esta semana ha muerto el escritor húngaro Imre Kertész,
Premio Nobel de Literatura en el 2002 “por una obra que conserva la frágil
experiencia del individuo frente a la bárbara arbitrariedad de la historia”.
Su historia es la de un joven judío que es llevado a los
campos de concentración y exterminio. La historia de un superviviente que tras
la liberación se queda voluntariamente en Hungría y vive allí durante 40 años
la falta de libertad y de esperanza del comunismo. La historia de un escritor
de minorías que busca en la ficción la verdad profunda y el significado de lo
inenarrable.
La muerte de un escritor, puede ser una oportunidad de darle
una nueva vida, si su obra es así leída. Sus novelas y ensayos están publicados
en español y tienes en euskera también una de sus obras más importantes
(Zoririk ez).
Su obra se suma a la de tantos supervivientes que nos hablaron
del Holocausto desde la literatura o el recuerdo. Me gustaría citar algunos,
dar unas rápidas pistas de lectura por si a alguno de vosotros interesa.
Escribo estas notas en un largo viaje de autobús, sin
posibilidad de levantarme del asiento para revisar mi biblioteca, sin posibilidad de ojear
mis libros, curiosear aquí y allí, y anotar párrafos o citas, autores o
títulos. Casi mejor, así lo haré de memoria. Porque la memoria es parte de lo
que estos libros nos enseñan. Serán por tanto unas notas personales, rápidas y
llenas de lagunas, sobre la literatura del recuerdo.
Stéphane Hessel recordaba cómo la memoria de la literatura
le salvó del olvido y la locura en los campos de concentración, cómo se recitaba
poesía o teatro y cómo se compartía este legado, en medio del horror, con otros
internos.
Y la memoria me lleva primero a los que eludieron el
holocausto y dedicaron su vida a denunciarlo y a entenderlo, como Raul Hilberg,
o de alguna forma la propia Hannah Arendt. Y la memoria me lleva a aquellos que
no salieron del agujero negro, que perecieron en él. Como Ana Frank, con su
inmortal Diario, y más desconocido pero no menos mágico, Petr Ginz y su
purísimos Diarios.
Los hay que salieron con un mensaje, con una enseñanza, como
Viktor Frankl y su durísimo pero esperanzado Un hombre en busca de destino. O
los que hicieron de su vida su mejor mensaje, su homenaje a la vida y a la
justicia, como Stéphane Hessel o aquel maravilloso niño afortunado que aún es
Thomas Buerghental.
Y obviamente Primo Levi y su trilogía de Auschwitz, aunque
yo, en secreto, ahora que nadie nos oye os diría que sobre Si esto es un
hombre me quedo con el sistema periódico. Y Elie Wiesel y… tantos otros. Más
cerca tenemos el Jorge Semprún de Viviré con su nombré, morirá con el mío o,
mejor aún, de La escritura y la vida.
No me interesan las polémicas cruzadas, no me interesa aquí
si es o no posible escribir después de Auschwitz. No me interesa aquí si las
ficciones el niño del pijama, del niño del concurso del tanque o incluso la
lista de Spielberg ayudan o no (aunque a mi juicio sí: yo estoy en favor de
toda creación que busca en libertad sentido o recuerdo). No me interesa si las
visitas a los lugares del horror son más o menos fieles al absoluto. No me interesa
si se puede o no bailar alegremente en Auschwitz. Me interesa recordar a
quienes lo vivieron y lo escribieron, recordar algunos de esos testimonios
directos que tenemos para conocer y atisbar significados de unos de los
momentos más cruciales de nuestra historia.
Esta semana se nos ha muerto uno de los últimos testigos
directos. Nos queda su memoria. Nos queda por tanto él mismo, único,
imperecedero, que, como soñaba Unamuno, revivirá cada vez que lo leamos. Y
revivirá cada vez superviviente y vencedor del holocaust.
No hay comentarios:
Publicar un comentario