Adjunto aquí el texto por si te resultar más fácil leerlo así:
DEIA - MIRAR HACIA OTRO LADO - 3 - 31.10.15
Historia
de un niño desplazado
Imaginemos una familia de clase media en medio
de una guerra. Lo pierden todo. Salen desplazados en medio de los
enfrentamientos, con lo puesto. Los niños caminan y lloran. El mayor de los
hermanos tiene 6 años.
Tal vez este niño de seis años pueda un día
volver a la escuela. No será fácil, pero él es listo y perseverante. Gracias a
la cooperación internacional tiene oportunidades y sus primeras becas. Y ese
niño puede un día llegar a ser Ministro o, quién sabe, Secretario General de la
ONU.
Puede parecer el argumento para un cuento
almibarado. Pero esta historia no es ficción: es la biografía de Ban Ki-moon,
actual Secretario General de la ONU, antes Ministro de Exteriores de Corea del
Sur y, mucho antes, niño desplazado de guerra.
Lo cuenta él mismo: “tenía seis años. Tuve que
escapar con mis cosas a la espalda. Era muy difícil encontrar algo que comer.
Era todo el rato llorar y llorar, sin saber qué pasaba. Todas las escuelas
estaban destruidas”.
Ban Ki-moon pudo educarse gracias a los
primeros programas de asistencia de la ONU. “La UNESCO y UNICEF estaban allí
facilitando mucho apoyo humanitario: libros de texto, juguetes, lápices y
material escolar”, cuenta el que fue niño desplazado.
Andaba 9 kilómetros para aprender inglés y,
como lo llegó a hablar bien, la Cruz Roja le seleccionó para un programa
internacional de jóvenes por la paz. Visitaron al Presidente Kennedy, que les
dijo: “aunque los gobiernos nos llevemos mal, vosotros, la gente joven, podéis
ser amigos: sin fronteras nacionales”. A él le preguntaron qué quería ser y
respondió que diplomático. Hoy es el diplomático más importante del mundo y ha
estado esta semana en Madrid hablando, entre otras cosas, de refugiados: un
tema que no le es, como vemos, ajeno.
Esta historia que les cuento quiere dar
esperanza. Y quiere ser una llamada a la solidaridad con los niños refugiados
que llegarán próximamente y que veremos integrarse en las aulas de nuestros
hijos.
Esta historia quiere hacer ver que esos niños
no están condenados a la ignorancia o al fracaso. Quiere llamar a la
solidaridad para apoyar su educación. Y quiere ver en esos niños el mismo
futuro abierto de oportunidades infinitas que queremos para nuestros hijos.
Quiero imaginar que el niño sirio que se libró
de morir ahogado puede ser mañana el médico que descubra un tratamiento contra
el cáncer. Quiero imaginar, en la niña nigeriana que se libró de ser llevaba al
bosque por las milicias, a la mujer que será líder mundial cuando yo me jubile.
Quiero imaginar, en esa niña sudanesa que escapa de la ablación, a la artista,
la investigadora o la profesional que nos haga en el futuro la vida mejor.
Entre el presente y esa visión media la educación que les facilitemos, su
esfuerzo y su talento.
Tendrán en ese día futuro todavía el recuerdo
del dolor como memoria, pero no como herida y quiero imaginar que nosotros
podremos decir que ayudamos a que tuvieran techo y educación, a que sus heridas
fueran cerrando y sus proyectos de vida floreciendo.
No es un cuento. Es una historia por escribir.
Esos niños están ahí fuera, como Ban Ki-moon se recuerda a sí mismo hace 65
años, justo tras salir huyendo de su pueblo, al terminar una caminata,
“sentado, bajo al sombra de un árbol, en el suelo, simplemente sentado”.
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