Como véis me inclino a pensar que ha hecho bien en visitar Hiroshima y en el contenido que ha dado a la visita... y también en no pedir perdón. Sé que no todos estaréis de acuerdo, pero de eso se trata: de compartir y contrastar opiniones con respeto y con argumentos, ¿no os parece?
Como siempre, os cuelgo la foto del artículo, con enlace a la página del periódico y abajo el texto completo por si prefieres leerlo aquí directamente.
P.D.: Aprovecho para remitiros, a los que os interesen estos temas, a mi entrada del año pasado " Hiroshima y Nagasaki + 70 y Philip Ball... y tres postdatas" allí comparto más ideas sobre aspectos científicos, históricos y bibliográficos en torno a este tema.
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Obama en Hiroshima, memoria y perdón |
Hiroshima: ¿perdón
o memoria?
En el momento en que escribo estas líneas el presidente
Obama está en Hiroshima, ofreciendo sus respetos a las víctimas, a los
supervivientes y a todo lo que esta ciudad representa.
Obama, ya era sabido, no pide perdón por la responsabilidad
de su país en ese gigantesco sufrimiento. ¿Debería hacerlo? Yo tengo mis serias
dudas. Si ustedes me aprietan, me inclinaría, aún a riesgo de resultar poco
correcto o simpático, a decir que no.
Hiroshima representa uno de los momentos más horrorosos de
la historia de la humanidad. No sólo por el número de víctimas, sino por que
simboliza, como ningún otro hecho, el desbordamiento de la capacidad
destructiva del hombre, la superación de sus límites mortíferos. Hiroshima encarna,
ya en la historia real, el mito de la fuerza incontrolable e irreversible de la
ciencia, la tecnología, la creatividad y la inteligencia puestas al servicio de
la destrucción.
En Europa hubo más víctimas civiles que en Hiroshima en
bombardeos cuya utilidad militar era más cuestionable. Pero Hiroshima marca un
hito en la historia de la humanidad quizá por ser un momento y un lugar, por
ser la encarnación de nuestras peores pesadillas. Hiroshima marca el inicio de
la Guerra Fría y es al tiempo uno de sus primeros productos.
Dado lo que uno se encuentra en tertulias y redes sociales,
quizá no esté de más recordar que los Estados Unidos no fueron a Japón por
iniciativa propia, con ansias expansivas o imperiales. Fue Japón quien impuso
un imperio cruel, racista y criminal, en toda la región y fue Japón quien
agredió, contra el derecho de la guerra, a los Estados Unidos en su casa, sin
previa declaración de guerra.
Una vez metidos contra su voluntad en la guerra del
Pacífico, ¿cuál habría sido en agosto del 45 la mejor alternativa realmente
existente a las bombas atómicas?, ¿negociar con el dios del impero, violento y
militarista como pocos en la historia, algún tipo de arreglo en la región que
apaciguara sus ansias?, ¿haber dejado que la URRSS convirtiera la zona en su patio
trasero, Japón en una nueva Polonia o Tokio repartido en sectores y con muro?,
¿sacrificar cientos de miles de vidas civiles y militares adicionales en el fin
de una guerra que sólo Japón se negaba a admitir? Ninguna de las alternativas me parece demasiado
atractiva, la verdad, ni creo que hubiera sido claramente mejor para la
historia del siglo XX o para el bienestar de las personas de la región, ni del
mismo Japón.
No quiero sopesar horrores, pero me niego a contrastar el
horror de Hiroshima a soluciones ideales pero irreales o utópicas que un
político responsable no podía considerar en aquel momento. No se puede juzgar
una decisión desconociendo las circunstancias y las alternativas reales. Max
Weber habló ya de la ética de la responsabilidad frente a la ética de la
convicción. Sus reflexiones de hace ahora 100 años siguen siendo válidas.
Hay varias versiones sobre las razones que llevaron a Truman
a tomar la decisión. La más clásica, la oficial, tranquilizadora, defiende que
se trataba de aminorar el número de víctimas (japoneses incluidos). Seguramente
es parte de la verdad. Otra versión apunta al peligro que suponía la URRSS en
la zona, entrando en la guerra contra Japón de forma oportunista y esperando
recoger los frutos de la victoria en forma de dominio y sometimiento. Probablemente
en la decisión de Truman pesaron ambas razones y otras que no conocemos.
Aprendimos a desconfiar de las películas de Hollywood hasta
el extremo de dar a veces por bueno acríticamente su contrario. Pero la
sospecha nos hizo, paradójicamente, igualmente predecibles y controlables, pero
más aburridos, por que no teníamos a John Ford de nuestro lado. Y la imagen de
las películas en que vemos a las fuerzas norteamericanas liberando islas del
Pacífico, a golpe de sangre propia, de las manos del invasor cruel, tiene algo
de la realidad histórica, con todos los matices que se quieran añadir.
No, no estoy seguro de que Obama deba pedir perdón. Pero sí
creo que debía hacer este viaje para mostrar sus respetos y su dolor y para
insistir en la alianza con el viejo enemigo en el objetivo común de un mundo
sin proliferación nuclear. Y eso es lo que ha hecho, según tengo entendido.
Así que en este caso prefiero la memoria compleja y la
apuesta conjunta de futuro que una petición de perdón descontextualizada.